Las Cinco Muertes De Siph Valley  

Publicado por Álvaro

Aquí esta, el capítulo 4 de la historia, espero que os guste y lo disfruteis, siento mucho la tardanza, viajes y cosas que hacer xd. Que disfruteis. (los siguientes caítulos los hare pero tardaran un poco) Ay mucho que leer!

Capítulo IV
“A ella también le concierne”

El viento de la noche agitaba las ramas de los árboles del bosque, los búhos emitían su habitual sonido y una fina nieve cubría cada rincón.
Se escuchaban sonidos extraños, gritos y alaridos de agonía, como si estuviesen torturando de la forma mas cruel a millones de personas.
En la cueva mas profunda de todo el bosque, al lado de un cadáver, un viejo zurrón brillaba con una luz transparente y fina como el agua. El zurrón se iba quemando con lentitud dejando al descubierto un libro con un dibujo de tres lunas como portada.
El brillo procedía del contorno de las lunas y poco a poco se extinguía.
Después todo se calmó hasta que un delicado haz de luz salió de la cueva para perderse en el cielo estrellado.

Unos ojos verdes lo miraban… con una mirada inescrutable, con una tranquilidad paranormal… Una voz pronunciaba siempre las mismas palabras, “Ayúdame… el bosque…”

Alexander se despertó bruscamente con un destello verde en los ojos, sus pupilas se iluminaron.
Sudaba, le dolía la cabeza y el cuerpo le temblaba.
Miró hacia la ventana, aun era de noche, las estrellas se veían claramente, brillando en el manto negro que cubría el valle. Desvió la mirada hacia su reloj.
Las dos de la madrugada.
Paseó la mirada por toda la habitación pero se detuvo. En la ventana de Isabel la luz estaba encendida y había rastros de que alguien caminaba en ella.
Alexander se acercó a la suya y la abrió. Las ramas del árbol que se encontraba al lado se agitaban y búhos y corujas cantaban volando de un lugar a otro.
Se quedó mirando la ventana de Isabel, sin saber que hacer, llamarla de alguna manera o no molestarla. Al final se decidió, cogió un afila-lápiz y lo lanzó hacia la ventana, tenía miedo de romperla, el afila lápiz era de hierro, pero no pasó nada.
La ventana de Isabel se abrió después de unos segundos, se asomó y cuando lo vio una delicada sonrisa se dibujó en su cara, saludándolo con ella. Alexander hizo lo propio, dibujando otra sonrisa en su cara.
Se quedaron un momento mirándose, hipnotizados cada uno con la mirada del otro hasta que Alexander reaccionó:
-Hola… ¿qué haces levantada a estas horas?
-Eso mismo te iba a preguntar yo ahora
Tras risotadas acordaron salir de sus casas y hablar fuera con miedo que sus padres se despertaran.
-He estado leyendo, normalmente me acuesto a esta hora –le había dicho Isabel paseando alrededor del lago- ¿Qué hacías tú?
-Pues… tuve una pesadilla, me levante y me fijé que la luz de tu habitación estaba encendida y… bueno… ya sabes lo demás.
-Pesadillas… Por cierto, tu padre llamó esta noche a mi casa, quería quedar con mi madre, pero también para preguntarme si tú habías estado conmigo esa misma noche.
Alexander enrojeció y bajó la cabeza, arrepentido.
-Tranquilo, le dije que si.
-Eh… gracias, yo… lo siento…
-No pasa nada –le dijo Isabel guiñándole un ojo- también me dijo que te veían algo raro estos días, ¿es por lo que te conté de la leyenda?
-¿Porqué no me dijiste que la leyenda ocurrió de verdad?
-¿Cómo te has enterado de…?
-Vi lo que ponía en el viejo sauce, lo vi y lo entendí todo.
-Ahora… ahora soy yo quien se debe… disculpar…
-No pasa nada, entiendo por que no me lo dijiste.
-¿Y todo fue por eso?
-Eh… si –mintió Alexander
Caminaron un tiempo mas, hablando de la vida que habían tenido cada uno, Isabel allí y Alexander en Demon hasta que llegaron a la entrada de El Bosque.
Alexander paró en seco:
-¿Qué pasa Alexander, no entras? No va a pasar nada, parece oscuro, pero en el interior no está mal –pero Alexander no la escuchaba, solo tenía en su mente una frase que le había dicho Élea, “no olvides algo importante, nunca, por nada del mundo, pises de noche el bosque, nunca”, pero no podía contárselo a Isabel, por ahora.
-Creo que deberíamos volver…
-No pasa nada, ya te he dicho que dentro se está bien, vamos –y diciendo esto agarró la mano de Alexander con cierta delicadeza juguetona y tiró de él hacia.
Alexander e Isabel entraron en la espesura, todo estaba oscuro y la luz de la luna llena casi no se distinguía, había un silencio sepulcral y una niebla muy fina lo cubría todo
-¿Lo ves? No está mal, salvo por la niebla –dijo Isabel y con un guiño hizo que la siguiera cogiéndole de la mano. Alexander sintió un escalofrío, le gustaba el contacto de su mano con la de Isabel, así que no negó nada.
Cogidos de la mano llegaron a un lugar mas o menos despejado, rodeado de muchos árboles.
Y allí comenzaron los problemas.
De repente Alexander empezó a sentir algo o alguien, una presencia fría, muy distinta a la de Élea y un escalofrío de terror le recorrió el cuerpo. Miró a Isabel, ella estaba asustada, también lo sentía.
Empezaron a oír gritos, alaridos de furia.
-¿De verdad has estado aquí de noche Isabel?
-Eh… bueno, estar he estado, pero… lo que se dice de noche… de noche como ahora… creo que no…
-Me lo imaginaba
- ¿Por qué?
-Porque si hubieras estado aquí antes, de noche como ahora, no estarías viva.
-¿A qué te refieres? –dijo Isabel con un hilo de voz
-¡¡CORRE!! –gritó Alexander y los dos cogidos de la mano salieron corriendo, la entrada al bosque estaba un poco lejos pero si no miraban atrás y corrían posiblemente llegarían.
Fuera lo que fuese esa presencia o presencias los perseguían soltando gritos de agonía, como si los estuviesen torturando en ese momento. Cada vez estaban mas cerca, ambos ya sentían el frío helador que emanaba de esas cosas, no querían mirar atrás, solo corrían y corrían.
El frío estaba cada vez mas cerca y la salida estaba aun lejos, Alexander e Isabel se miraron y apretaron sus manos, los ojos de ambos estaban llenos de lágrimas y sus rostros presentaban un miedo que nunca habían sentido, la muerte estaba cerca.
De repente Alexander empezó a oír algo, una voz que se hacía cada vez mas fuerte, no sabía si se estaba volviendo loco o no, Isabel no la escuchaba, fuera como fuese esa voz le hablaba a él solo, desde alguna parte:
“¿Qué has hecho Alexander?”
-¡¿Qué he hecho de qué?! –Isabel se sobresaltó y miró a Alexander con una mueca de miedo plasmada en su cara.
“¿Cómo se te ocurre entrar de noche en el bosque, muchacho? ¡Salid de ahí!
-¡¿Qué crees que estoy haciendo?! –gritaba, Isabel lo miraba aterrada, no sabía que le pasaba y las cosas de atrás los alcanzaban con mucha rapidez, podían ya escuchar los alaridos como si estuviesen justo detrás.
-¿Qué te pasa Alexander? –él no la escuchaba, estaba demasiado atento a la voz que le hablaba.
-¡¿Cómo salimos de aquí?! –gritó Alexander sin hacer caso a la cara de terror de Isabel al verle hablar solo.
De repente, un filo helado atravesó la mano de Alexander provocándole un dolor agudo y haciendo que emitiese un feroz grito, la daga le había atravesado la mano.
-¡Alexander! –gritó Isabel abalanzándose sobre la mano e intentando quitarle la especie de daga.
-¡No te preocupes, ya lo curaremos mas tarde, ahora corre! –y empezó a gritarle a la voz de su mente- ¡Habla, ¿cómo diablos salimos de aquí?!
“Eso te va a doler muchacho, tranquilo, ya viene ayuda, pero escúchame bien Alexander, momentos difíciles se avecinan, y la única manera de lograr pasarlos es escuchándote a ti mismo y hacer siempre lo correcto, un fallo, tan solo uno, puede significar la muerte…”
De repente un dolor insoportable empezó a recorrer el cuerpo de Alexander desde la mano que había sido alcanzada por la daga, Isabel gritó y tropezón cayéndose al suelo, Alexander gemía de dolor, cerró los ojos y gritó de rodillas en el suelo
Su rostro se convirtió en una horrible mueca de dolor, retorciéndose en el suelo.
-¡Alexander! –gimió Isabel
Ya nada los salvaría. Isabel se arrastró hacia el muchacho que se debatía en el suelo, sus ojos ya no presentaban su color habitual sino un color oscuro, sin rastro de luz. Lo acogió apoyándole en su regazo, Alexander temblaba y las lágrimas de Isabel recorrían su rostro, esperando a la muerte.
De repente, como un milagro venido del cielo, una luz cegadora, fina y transparente los cubrió, oyeron los alaridos y gritos de sus perseguidores alejándose poco a poco y después ambos perdieron el conocimiento.

Isabel abrió los ojos, todo era una mancha borrosa, pero su vista se fue habituando lentamente.
Alexander estaba tirado en el suelo, inconsciente, empapado de sudor.
Isabel s fijó en su herida de la mano y no pudo contener un grito. La mano de Alexander tenia un horrible agujero, la carne de alrededor estaba congelada y la cercana a esta negra.
Se acercó rápidamente a él, sus lágrimas resbalaban por su rostro.
-Todo ha sido por mi culpa… -gimió- Si le hubiera hecho caso…
-Tranquila –dijo alguien detrás suya- Sabes muy bien que la culpa la tengo yo.
Isabel se giró bruscamente y encontró dos ojos azules que la miraban. Era una chica de no mas de 18 años, con un color de pelo rubio apagado, su semblante era serio y sin ningún sentimiento.
-No, la he tenido yo, si no te hubiera hecho caso no habría pasado nada.
-Si te pedí que lo llevaras al bosque fue por algo Isabel.
-¡Pero si casi nos matan!
-Lo se
Isabel cada vez estaba mas furiosa, no soportara que la tratase así y tampoco que le obligara a venir hoy a bosque.
-Créeme Isabel, será mejor así.
Y con una fina luz transparente despareció de allí, dejando a Isabel mirando hacia un lugar donde ya no había nada.
Isabel, se quedó quieta unos segundos y después cargó con Alexander hasta Siph Valley. La parte congelada de la herida que tenía en la mano se iba descongelando poco a poco y la parte negra iba dejando un color ya mas normal, dejando al descubierto ese horrible agujero.
Hubo gritos, angustia y lágrimas al llegar a Siph Valley. Isabel contaba que había sido un accidente en el lago, pero nadie le escuchaba, la herida de Alexander atraía todas las vistas.
Los días siguientes fueron atolondrados, médicos y médicos entraban en la casa de Alexander, pero ninguno podía explicar con exactitud el tipo de herida que era. Isabel no se atrevía a salir de su casa, cuando la gente la veía la acribillaba de preguntas y no tenía ganas de nada, aunque se moría por ver a Alexander.

“…Ayúdame…” “…el Bosque…”

Alexander abrió los ojos con fuerza, pero no se pudo mover, estaba muy débil y le daba vueltas la cabeza, no recordaba nada de lo que había sucedido, todo lo cubría una densa niebla.
De repente alguien apareció en la puerta. Alexander creía que eran sus padres pero al girar la cabeza encontró a otra persona, o ¿no era persona?
-Tienes que tener mas cuidado Alexander –decía Élea- te dije…
-Ya lo se, que no pisara el bosque de noche.
-No te lo tomes a gracia, podíais haber muerto y has puesto a una persona en peligro.
-Lo sé… Yo no quería entrar… de verdad, pero ella…
-Te estas enamorando Alexander, y ahora eso es lo último en que deberías pensar.
-¿¡Porqué!? ¡Yo tengo mi vida, por lo menos la tenía antes de llegar aquí, y de repente, apareces tú diciéndome que debo salvar algo que es nuevo para mí! ¡Y ahora tratan de matarnos, ¿quiénes eran?!
Élea no dijo nada, no hubo ninguna alteración en su rostro, solo miraba a Alexander, con una mirada sin vida y perdida.
Al pasar un tiempo habló:
-Eran ánimas, ánimas humanas, seres que no están ni vivos ni muertos, se encuentran justamente en la línea que separa la vida de la muerte.
-Alexander –siguió Élea- comprendo que esto es nuevo para ti, pero debes intentar no poner en peligro a personas importantes en esta historia.
-¿Importantes? ¿A qué te refieres?
-Créeme, a Isabel también le concierne todo esto
-Como que…
-Me tengo que ir, recuerda lo que ha pasado y no vuelvas a entrar en el bosque de noche –bajó la mirada hacia la mano de Alexander, esta se encontraba mustia y con una horrible herida.
-Te advierto, te va a doler estos días, no es una herida normal y corriente. Adiós muchacho.
Y con una fina luz transparente despareció de allí, dejando a Alexander mirando hacia un lugar donde ya no había nada.
Alexander no dijo nada, simplemente se limitó a dormir de nuevo, ya estaba acostumbrado a los secretos de Élea, pero no se le quitaba una frase de la cabeza, “A Isabel también le concierne todo esto”.
Y entre los pensamientos y medios, consiguieron dormirlo, mañana sería otro día.